Para visitar Salamanca siempre hay que estar abierto al ambiguo mundo de las leyendas. Y creer o no creer, -esa es la cuestión-, depende de uno mismo.
En el número 6 de la calle Bordadores se levanta la Casa de las Muertes. En un lugar mágico, a la vera de los muros que guardaron las últimas horas de Unamuno. ¿Qué por qué ese nombre?, pues parece ser que después de que Juan de Álava, arquitecto de la Catedral Nueva y de la capilla de la Universidad, mandara levantar el edificio, en el siglo XVI, en pleno renacimiento, a Diego de Siloé se le ocurrió esculpir unas calaveras en las pilastras de las ventanas y la casa adquirió con el tiempo tan tétrico nombre.
Hasta ahí todo bien, si no fuera por la leyenda que el tiempo y las calles se han ocupado de mantener y que decía que ese lugar había sido el secreto de un amor prohibido –en la guerra de los bandos- entre un Monroy y una Manzano, que dejó un reguero de misterio y cadáveres. Pero eso ya es cuestión de creer, o no creer.

