Los actos de repudio en CUBA hacia ciudadanos pacíficos no es nada nuevo, y nunca han sido espontáneos. Son engendrados y dirigidos por las autoridades políticas de un país adoctrinado. En 1980 fue el propio Fidel Castro quien, mediante discursos discriminatorios y corrosivos, promovió el odio contra la comunidad de cubanos que pidieron asilo en la embajada de Perú y luego hacia quienes se iban usando la vía expedita por él mismo: el puerto Mariel. El acto de repudio y viniendo de un gobierno es una actividad criminal que solo se ve en dictaduras.
Luego, ese método de represión que apela al asesinato de reputación, al vandalismo y hasta el linchamiento, fue disfrazado de acto de justicia popular “espontáneo” y utilizado contra cualquiera que se atreviera a demandar, protestar, cuestionar la política oficial, y convertido en arma selectiva de la meritocracia en centros de trabajo y universidades. La falta de autonomía económica y política, y el miedo, han llevado a profesionales (¡hasta de la salud!) a atentar contra la dignidad e integridad física de sus hermanos cubanos, presionados por un sistema que se ha mantenido precisamente, a costa de socavar la dignidad, los valores morales, y de violar los derechos humanos más básicos.
Esto tiene que parar, sabemos que el gobierno continuará, pero los que no pueden continuar cayendo tan bajo es el pueblo de Cuba. Que ningún cubano o cubana alce su voz y menos su mano para dañar a otro cubano. Que quienes tengan la responsabilidad peligrosísima de usar armas, tengan la lucidez de comprender que el pueblo no es su enemigo. Somos una nación que carga una tristeza de seis décadas de una esclavitud desesperante.
Queremos una Cuba donde la palabra no sea un delito. Donde el arte sea libre. Donde prosperar no sea criminalizado.
Queremos Paz. Queremos Amor. Queremos una sociedad libre, justa y segura donde las ideologías no nos dividan.
Por: Veronica Vega


