Hay once millones de hormigas que buscan sustento para su comarca, de Sol a Sol.
Muchas veces no lo encuentran, pero día por día no dejan de intentarlo.
Perdón, exactamente no son once millones de hormigas.
Existe un mínimo número de hormigones, no llegan a doce, que disfrutan del placer del Sol en la cima del hormiguero, y de la abundancia de su granero.
Esas diez millones novecientas noventa y nueve mil novecientas ochenta y nueve hormigas, de tanto ajetreo, no tienen sosiego para cambiar su pequeño mundo y lo intentan migrando a otro hormiguero aunque no es tan fácil.
Y lo saben. Se ha visto que una a otra, aunque con miedo, en clave, a través de sus antenas, hacen correr esa gran verdad, una verdad más grande que su pequeño hormiguero.
Los hormigones privilegiados intentan mantener la masa calmada para eso van a las estrategias antiguas y de vez en cuando lanzan unas migajas y entonces el hormiguero le aplaude, pero el gran problema es que es tan caótica la situación que las hormigas ya solo tienen una opción: ¡rebelión!
