El viernes, después de tres días con sus noches y las calles ardiendo, el aprendiz de sátrapa que nos gobierna(Pedro Sánchez) se dignó condenar la violencia desatada por quienes le sostienen en Moncloa. Lo hizo cuando su silencio se había convertido en un clamor ante la evidente quiebra de ley y orden. De modo que salió de su escondite y se fue a Extremadura a sentar cátedra. “En una democracia plena, y la democracia española es una democracia plena, es inadmisible el uso de cualquier tipo de violencia”. Mala cosa que una democracia necesite adjetivos para tenerse por tal y que además sea alguien como él, precisamente él, el encargado de adjetivarla.
Tardó tres días con sus noches y hubiera tardado tres años si la presión social no le hubiera obligado a salir de la hura y dar la cara, condenar a su socio de Gobierno, pero la puntita nada más, porque de inmediato se alineó con sus tesis al anunciar su intención de “ampliar y mejorar la protección de la libertad de expresión”, como si no estuviera suficientemente garantizada por la ley y los tribunales, como si el comunista desnortado del rap, ese prototipo de ser mal nacido y bien alimentado, no gozara ya de protección bastante para agredir o amenazar de muerte -incluso para plantear que “le metan un tiro al presidente de España” (sic)- a quienes considera sus enemigos de clase.
Difícil condenar una violencia que en Barcelona promueven los comandos del separatismo y en Madrid alienta el socio del Gobierno de coalición. Así de abracadabrante es la situación española. A estas alturas de la película está claro que Iglesias está enviando a Sánchez un mensaje en una botella para recordarle quién controla la calle y cómo puede hacerle la vida imposible si se le ocurre deshacer la entente. “Las casualidades no existen en política”, escribía ayer aquí Alberto Pérez Giménez, “y las calles se incendian cuando las urnas, los tribunales, el giro al centro o los ministros económicos ponen en aprietos a Podemos”. Idea en la que abundaba también Miquel Giménez: “Sánchez se expone a tener un país ardiendo por los cuatro costados si decide cortar amarras”. ¿Y por qué quieren los indepes que arda Roma, cuando afirman campanudos que han arrollado en las catalanas, que ya controlan más del 50% del voto, y que ahora sí que sí van a ir de cabeza a la proclamación unilateral de la independencia? ¿Por qué esa ofuscada paranoia de quemar la calle cuando dicen haber ganado? Porque es rotundamente falso que hayan ganado.

